Hace poco leí la historia de una
familia que había estado navegando alrededor del mundo durante un
año y para este viaje se habían llevado a sus hijos. Después
de esta experiencia vital, y a su vuelta a su lugar de origen, la
mujer sentía que le había facilitado a sus hijos una enseñanza más
valiosa de la que habían podido aprender durante el mismo período
de tiempo en la escuela.
Probablemente tenía razón, y es que
el aprendizaje empírico o es el que nos
hace crecer y avanzar a velocidades desorbitadas.
Siempre he pensado que con cada viaje
amueblas tu cabeza y maduras en muchos sentidos. Evidentemente
depende del viaje. Si hablamos de irnos a Punta Cana una semana a un
hotel con todo incluído no tendremos mucho donde rascar. Pero si
decidimos explorar el continente africano durante casi un mes sin muchos
lujos, recorriendo grandes distancias, y por qué no, sufriendo alguna que otra calamidad, ahí la cosa cambia.
Y es que hay viajes que te marcan de por vida y que formarán siempre parte de tus recuerdos. Jamás olvidaré aquel viaje por Niger y
Malí. Nunca antes había estado en África. Digamos que no es un destino al que ir con tus padres de vacaciones. Había viajado en varias ocasiones con mis amigos a Marruecos, pero
después de aquel viaje entendí que cruzar el charco y pasar la
frontera para pasar unos días en tierras marroquíes, no es conocer
África.
Recuerdo que en ese viaje todo y desde
el principio fue una aventura. Desde los preparativos (nos pusieron
tantas vacunas que sentí que era indestructible), pasando por la
logística, o la planificación al para
aprovechar y poder ver hasta el último rincón; al fin y al cabo cuando haces un viaje así, nunca sabes si volverás.
Al aterrizar en Niamey ya se respiraba
ese aire cargado que nos avisaba del bochornoso calor que íbamos a
experimentar, o mejor dicho sufrir. Tanto es así, que durante una de
las excursiones por el desierto del Níger tuve la oportunidad de saber qué se siente durante un golpe de calor. Una fiebre alta y vértigos me hizo pensar que quizás me habría picado el amigo anófeles. Afortunadamente no fue
así.
Durante varias semanas fuimos
recorriendo el país en un cuatro por cuatro. Parando en sus poblados, conociendo sus gentes. Para ello tuvimos que
contratar a un guía y un cocinero, ya que las distancias eran largas que a veces pasaban días sin pisar un hotel. Pero eso nos permitía disfrutar de aquellos increíbles atardeceres. Siempre recordaré los colores de las puestas de sol. En ocasiones
parecía que este se iba a fundir a rojo con el horizonte, dejando al
descubierto un abanico enorme de colores naranjas, amarillos y
granates. Y aquellos cielos estrellados que aparecían después que incluso te hacían sentir
cierto vértigo cuando fijabas la vista en la intensidad de la
oscuridad. Y por un momento parecía como si las estrellas
se precipitaban a tu encuentro.
Recorrimos cientos de kilómetros en
ambos países dejando por el camino paisajes de ensueño, gentes y
miles de historias. Algunas de ellas muy duras, pero otras llenas de
ternura y de una alegría de vivir tan inmensa que dada las circunstancias, era algo verdaderamente conmovedor.
En una ocasión, en un alto en el camino nos encontramos con unos niños. enseguida sus risitas tras presencias las muestras de cariño de mi por entonces pareja hicieron que nos pusieramos a hablar con ellos. En poco tiempo empezó su curioso interregotario y entre otras cosas nos preguntaron sí teníamos hijos. Nuestra respuesta fue que éramos
todavía muy jóvenes y que no teníamos medios para ello. Nos
miraron con cara de no entender nada. En ese
momento comprendí que nuestro argumento sonaba estúpido y sin sentido
hablandole a unos niños que vivían sin agua corriente en sus hogares y que tenían que caminar 10km todos los días para ir a la
escuela.
Y es que la vida funciona de otra manera allí, quizás todo es más simple
Hoy día desgraciadamente África es actualidad por una terrible enfermedad que se está cobrando la vida de muchas personas. Desde aquí mi pequeño homenaje al continente madre, cuna de la humanidad. Y el recuerdo de sus paisajes de ensueño y sus gentes de sonrisa tatuadas en el rostro. De historias desgarradadoras que siempre llevaré conmigo, y de niños, muchos niños.. Un lugar que amé y al que sueño volver cada noche para descubrir más.
Buen viaje.
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